jueves, 25 de diciembre de 2008

viernes, 19 de diciembre de 2008

Una mochila muy especial



Una mochila muy especial


El taxi paró casi enfrente de su casa. Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un billete de veinte euros. Con una buena dosis de malos modales y poca o mejor dicho ninguna educación se dirigió al taxista mientras le tiraba el billete en el asiento delantero:
- Joder tío, cada día es más caro. Ayer he pagado dos euros menos por el mismo trayecto. ¿no será que tienes trucado el contador? Mira que me he quedado con tu cara.
- Lo siento, pero es que lleva aplicada la tarifa de nocturnidad y fin de semana –le argumentó el taxista con humildad, para evitar una posible bronca, mientras le devolvía el cambio.
- No me cuentes tu vida –le contestó Carlos malhumorado al mismo tiempo que descendía del vehículo acompañado de un portazo.

Carlos había trabajado siete años en una lampistería del barrio, hasta que le echaron. Al principio cumplía con su trabajo en responsabilidad y horarios hasta que su esposa le engañó con su mejor amigo. Cambió su actitud y empezó a llegar tarde, a presentarse ebrio delante de sus clientes y a discutir con todos ellos.

Empezó una nueva vida, llena de incidentes diarios. Su carácter se agrió tanto que no logró mantener ni un solo amigo. Su meta diaria era la provocación. Se encerraba en su cuarto y conversaba consigo mismo compartiendo una botella de vino tras otra, instigándose hasta perder las migajas que quedaban de su autoestima.

Esa noche estaba tan cansado que se tumbó directamente con el propósito de dormirse enseguida. Al poco rato de estar acostado percibió olor a quemado. Se levantó y fue comprobando que el olor no venía de su casa. Al cabo de pocos minutos la emanación era tan alarmante que abrió la puerta de salida para ver si era dentro del edificio. Al salir al rellano pudo ver a varios vecinos que alertados como él intentaban averiguar la procedencia.

De pronto alguien gritó que era obligatorio abandonar el edificio, que el fuego se había provocado en dos escaleras más adelante y era necesario evacuar el inmueble.

Carlos volvió a su habitación a recoger las llaves y desde su ventana pudo ver los reflejos de las llamas en sus vidrios. Abrió el balcón y fue desolador lo que vio. Un niño pequeño de unos cinco años llorando en una terraza del edificio en llamas.

- ¿Dónde coño están los bomberos? – vociferó asustado- ; ¿dónde están tus padres? –le gritó al niño

Ante toda respuesta bañada con lagrimones, Carlos no lo pensó dos veces. Todavía estaba joven y ágil. Aquel día no había bebido casi nada. Se agarró con fuerza a una de las cañerías que sobresalían de la pared y pudo alcanzar con sus largas piernas el siguiente balcón, que ya había sido desalojado. Corrió y pudo lograr con el mismo sistema el siguiente. Dio un gran salto y en pocos segundos estaba con el niño en los brazos.

- Para de berrear. Cógete fuerte a mi cuello y no sueltes hasta que yo te lo diga.

El fuego estaba a pocos metros. El niño se convirtió en aquel momento en la mochila más valiosa que había tenido jamás sobre su espalda. Desde la terraza no le fue difícil encontrar otras salidas, atravesando terrados comunitarios hasta confirmar que se encontraban a salvo.

A lo lejos sonaban las sirenas. Aquellos bracitos rodeando su cuello le transmitieron el calor y emoción suficientes para desear recuperar esos principios y valores humanos que le habían abandonado.

Poco a poco el cielo iba cobrando otro color. Desde las alturas contempló la salida de sol más hermosa de su vida.


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miércoles, 17 de diciembre de 2008

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Al cabo de quince minutos de hacer la foto se puso todo el cielo negro y después de un par de horas había un sol espléndido. Mayo en Formentera.

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Oscuro


Oscuro


Me despierto y está oscuro, todavía es de noche seguramente. Miro el reloj y marca las diez de la mañana, pero está oscuro. Es muy posible que mi reloj esté equivocado, que siga siendo de noche.

Me levanto, como algo. Conecto mi ordenador y marca las once y media de la mañana, pero fuera sigue estando oscuro. Me visto y salgo a la calle. Todos los comercios están abiertos, la panadería está ya retirando la bollería de los desayunos. Veo a la gente habitual de todos los días. Seguro que está iluminada la mañana, seguro que hace un sol espléndido y un bonito día.

Cierro los ojos y los vuelvo a abrir con la esperanza de ver otro color que no sea el negro. Vuelvo a casa. No tengo nada que hacer. No tengo nada que decir. No tengo nada que sentir.

Por fin lo veo claro, es mi alma la que está oscura.


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viernes, 12 de diciembre de 2008

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Esta es el panorama que se ve subiendo hacia El Pilar de la Mola, las dos costas. Es difícil resistirse a parar para poder contemplarlo tranquilamente.
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El sobre


El sobre


Entró en su portal jadeando. Mientras controlaba sus pulsaciones después de la sesión diaria de footing, alguien le rozó ligeramente el brazo. Levantó la cabeza al mismo tiempo que miraba su reloj, pero no vio a nadie. Las puertas del ascensor estaban todavía abiertas y decidió aprovechar para no subir por las escaleras.

Salió del ascensor y enseguida se percató de un sobre blanco de papel reciclado que asomaba debajo de su puerta. Lo abrió inmediatamente y después de pocos segundos su rostro cambió de color.

“Tenemos a su marido. Espere nuestras instrucciones. Si contacta con la policía, lo mataremos”.

Se quedó paralizada. Durante los siguientes incontables minutos permaneció de pie en el umbral de la puerta con el sobre en una mano y las llaves en la otra. A todo el sudor que bañaba su cuerpo se le añadió una sensación de perplejidad y angustia.

El avión de Luis tenía prevista su llegada a las seis de la mañana. Ella había verificado antes de salir de casa que su móvil estaba apagado y dejó un mensaje en el buzón de voz - Cariño, veo que vienes con retraso. Salgo a hacer footing. Llámame cuando llegues –

Se dirigió rápidamente a la cocina, hurgó dentro de su bolso y empezaron a volar todos los objetos que en él había, la agenda, la funda de las gafas, el monedero, el cepillo, los guantes…Por fin el maldito móvil. Con las manos temblorosas remarcó el número de su marido. Otra vez el odioso buzón de voz – llámame inmediatamente cuando oigas este mensaje – Lanzó el teléfono bruscamente sobre la mesa como si le quemara entre las manos.

- Vamos a ver, Mónica –se dijo en voz alta viendo que comenzaba a perder los papeles– Debes estar soñando. Lo mejor es que antes que te despiertes te metas en la ducha, porque apestas a sudor –continuó bajando el tono- y seguro que antes de terminar habrás salido de esta pesadilla.

Rescató su móvil y se dirigió al cuarto de baño cerrándose por dentro. Estaba duchándose cuando le pareció oír el timbre de la puerta. Cerró el grifo y prestó atención. Volvió a sonar el timbre. Sin terminar de aclarar su cuerpo, cogió la toalla y se envolvió en ella. Corrió hasta la puerta y echó un vistazo por la mirilla. - ¿Ahora qué quiere ésta? –pensó al ver a su vecina del rellano- y decidió no abrir la puerta.

A medida que iba pasando el tiempo y constatando que no se trataba de un sueño, luchaba para controlar los nervios porque sabía que en multitud de ocasiones se había dejado perder por ellos.

Caminaba de un lado a otro de la casa como un alma en pena. Miraba una y otra vez el teléfono por si había perdido el oído con el disgusto, se dirigía una y otra vez al frigorífico a picar de aquí y de allá, volvía a mirar su móvil.

Otra vez el timbre. Ya no podía más. Vamos, abre la puerta como si no sucediese nada –se dijo agobiada-
- Buenos días, señora Matilde. ¿no habrá sido usted que ha llamado antes? Estaba en la ducha y no he…
- Calle, calle. ¿no sabe la última? –dijo la vecina con aire de chafardera- acaba de venir la policía a la casa del joyero. Por lo visto han encontrado al pobre Adolfo maniatado dentro de una furgoneta. Lo habían secuestrado…

Llegado a este punto, Mónica ya no escuchaba a su vecina. Se estaba mareando. De pronto suena el teléfono. Dejó a la vecina con la palabra en la boca y salió corriendo a por él. Lo cogió sin ni siquiera comprobar quien llamaba.

- Cariño, ya he llegado. Hemos salido con una hora de retraso.


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lunes, 8 de diciembre de 2008

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Me hizo compañía durante un largo rato. Agosto.


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Vuelan


Vuelan

Vuelan mis pensamientos, bailan y ríen.
Enlazan sus manos, se miran, se sonríen, se aman.
Siguen volando juguetones sin importarles el tiempo.
Hacen piruetas en el aire, coqueteando con el mar, confundiéndose con las olas, acompañando a las gaviotas.
No importa donde vayan, en todos los lugares se sienten felices.
Vuelan alto, tropezando con las nubes y seduciéndolas.
Finalmente regresan a mí, exhaustos de tanto volar.

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domingo, 7 de diciembre de 2008


Una lengua muy suelta



Una lengua muy suelta



Juro por la memoria de mi padre que le arrancaré esa lengua de serpiente, por chivato. Cuando salga de aquí será lo primero que haga, bueno lo segundo, porque primero me iré a comer una enorme pizza con una cerveza muy fría.

Hoy ha llegado el nuevo. Le he hecho coger la litera de arriba. Ya me he cansado de tanto subir y bajar. A éste no le voy a permitir que se pase ni un pelo. No le daré tanta confianza, que cada uno se meta en sus asuntos.

Me quedan tres meses para salir de aquí. Después de dieciocho años en esta maldita celda no me lo puedo creer. Me han dicho que todo ha cambiado mucho ahí fuera. He pensado que no me quedaré en la ciudad. Con toda la pasta que tengo escondida del último atraco, me buscare una churri, de las que no cobran por echar un polvo, una de esas decentes, y me largaré al campo. Se acabó. No volveré a ser un delincuente.

Lo tengo todo decidido. El otro día nos pasaron una película que me hizo pensar lo que quiero hacer con mi futuro. Iba de un tipo duro que acababa de salir de la cárcel y se fue a casa de sus viejos, en la montaña, apartado del mundo, cerca de un pueblo pequeño donde nadie le pedía explicaciones de lo que había hecho, y donde conoció a una mujer que estaba tremenda. Bueno, supongo que en las películas pasan esas cosas, que en la vida real no es lo mismo, pero me ha gustado la idea.

Este tío no para de llorar. Se llama Giovanni . Es italiano, aunque dice que su padre al que no conoció era de Santander. Es muy joven, creo que tiene veinticinco años. Dice que se enamoro de una española durante unas vacaciones en Granada y se trasladó a nuestro país para estar cerca de ella. Hace dos semanas apareció su cadáver en una playa de la costa alicantina y le han cargado el muerto.

Se ha pasado la noche llorando. Dice que él no la mató, que fue el hermano de la chica, que tenia celos de él. Está convencido de ello. Por lo visto la chica pertenecía a una de esas familias desestructuradas donde el padre era un alcohólico que maltrataba a la madre y a sus hijos.

Me ha pedido el teléfono de mi abogado para que le lleve el asunto. Le he dicho que mejor será que busque a otro, que el mío es un inútil que lo único que consiguió es que me pidieran veinte años por un atraco con homicidio. El robo reconozco que lo cometí yo pero yo no me cargué al guardia de seguridad, fue el “Pecas”, lástima que no esté para confirmarlo, le ayudé a morir, pero fue en un momento de debilidad.

Vaya, otra vez se me ha ido la lengua, será mejor que aprenda a controlarme.


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viernes, 5 de diciembre de 2008


La felicidad


La felicidad…


Cuentan que había una mujer que se sentía tan desgraciada por no conocer la felicidad que un día decidió salir a la búsqueda del diablo y ofrecerle su alma a cambio de conseguirla.

Por el camino se cruzó con un anciano que estaba esperando la muerte para poder ser enterrado junto a su esposa, su gran amor. Le explicó que desde que ella se fue ya no tenía sentido la vida, que trascurrían los días vacios, que no volvería a ser feliz. Le dijo que al principio se le había pasado por la cabeza quitarse la vida para reunirse con ella, pero después pensó que a su mujer le habría disgustado mucho esta decisión y que para no contrariarla esperaría la muerte sin rechistar.

Ella pensó que tenía una oportunidad para saber a qué sabe la felicidad.
- Dígame, ¿usted ha conocido la felicidad? ¿Cómo es?

El la miró sorprendido.
- Todos los años que he vivido con mi esposa han sido los más felices de mi vida. La felicidad era levantarme por la mañana viéndola y llegar la noche sabiendo que la tenía a mi lado.

La mujer no comprendió como podía haber sido feliz este anciano con tan poca cosa y continuó su viaje.

En el trayecto conoció a un niño que vivía en la miseria, que no tenía la comida diaria garantizada, que por no tener no tenia familia, ni casa.
- Veo que eres muy desgraciado. Voy en búsqueda de la felicidad. Puedes venir conmigo si lo prefieres.

El niño la miró asombrado y sonriendo le contestó:
- Soy feliz. Tengo piernas para jugar y correr con mis amigos. Me encanta ver entre las chabolas la salida del sol. Cuando hace calor nos bañamos en el mar hasta el anochecer.

Cuentan que la mujer todavía sigue caminando. No encontró al diablo pero conoció a mucha gente, muchas personas de todas las edades y condición social y ninguna de ellas quiso acompañarla.

Mientras escribo estas líneas me acuerdo de un antiguo proverbio chino:
- Pisarás el umbral del bienestar cuando aprendas a ser feliz con apenas nada.


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jueves, 4 de diciembre de 2008


Ayer soñé


Ayer soñé

Ayer soñé con mi madre. Estaba preciosa, con trenzas de colores en el pelo, la mayoría de un color azul claro. Me acerqué y besé su cabeza con mucha dulzura y cariño, y ella me sonrió. Acabó el sueño en ese momento, como acabó su vida. Y tampoco en esta ocasión me pude despedir de ella, ni darle las gracias por haber estado siempre ahí, por haberme querido siempre, por haberme perdonado siempre.

Las lágrimas no me dejan continuar, las siento en mi garganta, con un sabor salado, como saladas las debió sentir ella todas las veces que la he hecho llorar. Acabó con toda su reserva de lágrimas para continuar llorando sangre, hasta que tampoco le quedó una gota. Y después ya no lloró más.


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Jacobo, el león estresado


Jacobo, el león estresado

Estaba desesperado. No aguantaba más. La tenia ahí enfrente, a tan solo unos metros y no podía expresarle su amor. Ella era la más bella de toda la comunidad felina, sus ojos estaban sacados del mismísimo cielo y cuando se cruzaban sus miradas, se erizaban sus pestañas y entonces…entonces se desvanecía de emoción. Podía soportar mucha tensión, podía tolerar días sin alimento alguno, podía resistir noches enteras sin dormir, pero cuando se erizaban las pestañas de Maruja, notaba como su sangre aumentaba de volumen, sentía como sus venas explotaban y su presión arterial subía de nivel.

Jacobo era el más apuesto y seductor de todos los leones que se encontraban en el zoo. Todas las hembras del recinto suspiraban por él, de hecho, se rumoreaba que una vez a la semana se organizaban timbas donde las apuestas se desbordaban para ver la afortunada que disfrutaría de su melena. Acudían féminas de todas las diferentes manadas. No había día que no terminara en trifulca. Era habitual que las fuerzas de seguridad del zoo acudieran a la llamada de socorro de alguna hembra, víctima de algún zarpazo o mordisco letal.

Era la tercera vez que se desmayaba en un mes y los veterinarios estaban muy preocupados por su salud, pero sobre todo por su hermosa melena. Últimamente estaba perdiendo su pelaje. El servicio de psiquiatría del zoo le había diagnosticado una depresión profunda causada por estrés y agotamiento y le había recetado diversos antidepresivos, ansiolíticos y… mucho reposo.
Decidieron mantenerlo alejado durante un tiempo de toda hembra, pues estaban seguros que su fatiga se debía a un exceso de manifestaciones sexuales.

Jacobo estaba enamorado, tan enamorado que no se conocía a sí mismo. Desde que la vio por primera vez, cuando apareció con Alfredo, su compañero de aventuras en la selva africana, supo que le haría perder la cabeza. Pero no, no estaba perdiendo la cabeza. Estaba perdiendo toda su hermosa melena.

No podía traicionar a su mejor amigo, Alfredo. Mucho antes de caer en cautividad, éste siempre le prevenía que algún día se encontraría con serios problemas a causa de su afición por las hembras de los demás animales de la zona. Aun tenía en su memoria aquella ocasión que le salvó la vida. Estaba Jacobo seduciendo a la pareja de un compañero de juerga, cuando este último se dio cuenta y lo atacó sin previo aviso, cuando estaba más ajetreado en su función de seductor. Afortunadamente, Alfredo se encontraba muy cerca cuando oyó los gemidos de Jacobo y acudió en su ayuda. Los dos juntos se enfrentaron a su víctima en una lucha sangrienta al que vencieron con gran dificultad. Bajo ningún concepto le tiraría los tejos a Maruja, era una cuestión de principios y una demostración de amistad.

Los desvanecimientos fueron cada vez más frecuentes. De lo que era su hermosa cabellera ya solo quedaban cuatro pelos que intentaba disimular con un poco de gomina. De nada sirvieron tantos fármacos. Todo el repertorio de efectos secundarios lo invadió. Se pasaba el día con nauseas, vómitos, somnolencia… Acudió a diversas sesiones de terapia psicológica para superar su conflicto, pero era inútil, no podía sacar de su cabeza la visión de las pestañas de Maruja. Entró en una crisis enorme, no sabía qué hacer para evitar tantos desmayos. Su salud corría un serio peligro, por lo que sus terapeutas sugirieron a la administración del centro de suministrar a Maruja unas gafas de sol.

Definitivamente el pobre Jacobo se había quedado calvo. Su belleza y poder de seducción se habían esfumado. Cuando esto sucedió, todos los machos de la zona organizaron una gran fiesta para celebrarlo. Se pincharon barriles y barriles de cerveza y bailaron hasta altas horas de la madrugada. Finalmente sus hembras no suspirarían más por él.


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martes, 2 de diciembre de 2008


Pensión Manolita


Pensión Manolita


La Pensión Manolita tenía cinco habitaciones, todas ellas interiores. El color blanco de sus paredes había quedado salpicado por la humedad del lugar y la suciedad de su entorno. Patricia y sus padres vivían en una de ellas. Su habitación no tenía ninguna ventana, ningún balcón. Dos maletas roídas y viejas estaban apiladas en un rincón, dentro de ellas el ajuar y todas sus pertinencias. Había el espacio suficiente para una cama de noventa, donde dormían Julián y María, y un supletorio pequeño enganchado a la pared por unos gruesos tornillos para aguantar el peso de una niña de cuatro años.

Hacía dos años que habían llegado a la ciudad, escapando del hambre y la miseria, con un montón de proyectos y mucha ilusión. Ésta era la primera vez que tenían una habitación para ellos solos, incluso les permitían tener un pequeño fogón de butano para poder hacerse la comida. Eso sí, para lavar los platos tenían que hacerlo por riguroso orden de llegada en la fregadera vieja que había al final del pasillo y que compartían con los demás inquilinos.

Luis tenía dos años más que Patricia. Era un niño raro y muy inquieto. Ella pensaba que se comportaba de esa manera porque sus padres se pasaban el día pegándole. Aquella escalera mugrienta y triste era testigo de la eternidad que suponía el recorrido desde el portal hasta el segundo piso cada vez que volvían juntos de jugar en la calle. Mientras Patricia le precedía por las escaleras, no había día que Luis no le levantara la falda, a lo que ella siempre respondía gimoteando con una amenaza de contárselo a su padre, como única arma de defensa. Aun recuerda el denso olor a orines de aquel portal oscuro y esa sensación de estremecimiento en cada escalón.

Rosario era una chica que siempre llevaba unos vestidos muy ajustados y cortitos. Ella vivía en la habitación enfrente a la suya. Dormía por las mañanas porque por la noche trabajaba de camarera en el club de alterne de la esquina. En su día de descanso muchas veces la ponía en sus rodillas y mientras le peinaba y le hacía las trenzas le musitaba alguna canción de amor de aquellas que sonaban en el bar. Tenía un bebe de piel morena y los ojos muy grandes al que cuidaba Catalina, la más vieja de la pensión. Ella ya no trabajaba, hacía tiempo que ningún hombre quería pagar por sus servicios.

Hubo una mañana que la policía se presentó en la pensión con malos modales, empujando a todo el mundo y preguntando por Nicolás, el padre de Luis. Más tarde se lo llevaron esposado y le dijeron que esta vez no saldría tan pronto de la cárcel. Nicolás era aficionado a las pertenencias ajenas y en esta ocasión había arrancado el bolso a una mujer y había salido corriendo. Por lo visto ésta quedó malherida debido al golpe que sufrió al caer. Nicolás era una mala persona y su mujer, Maruja, una infeliz. Una parte del día se lo pasaba con una copa de anís en la mano, y la otra durmiendo la mona.

Patricia no recuerda exactamente cuánto tiempo permaneció en la pensión, ni donde se instalaron justo después de allí. Durante los siguientes dos años de su corta vida solo le vienen a la memoria unas cuantas imágenes sin ordenar, solo sensaciones y temores.


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Mis vecinos


Mis vecinos


Ojalá no fuera cierto, pero le vi. Vi como sus manos grandes y morenas apretaban aquel delgado cuello hasta que no ofreció resistencia. Ella había clavado sus finas y afiladas uñas en su espalda castigada por el sol hasta que brotó un hilo de sangre. Él la dejó caer. Parecía una muñeca de trapo, ligera e inservible. Cuando yacía muerta a sus pies, se le escapó una leve sonrisa para convertirse pocos segundos más tarde en una enorme carcajada. No contento con haberle robado la vida, empezó a acariciar su cara con la hebilla dorada de sus botas de piel sintética hasta desfigurar su rostro.

Me incliné doblándome sobre mí misma, con una agilidad nunca experimentada y me deslicé como una serpiente hasta el interruptor de la luz con cuidado que no pudiera percatarse de mi presencia. El patio de luces que albergaba aquellos edificios era pequeño y fácilmente podíamos contemplar la vida del vecino sin apenas esforzarnos.

Cuando logré quedar a oscuras y todavía en el suelo como un reptil asustado, intenté reincorporarme. Lo conseguí a cámara lenta, con las piernas todavía un poco flexionadas y temblorosas. Necesitaba asegurarme que no había sido una alucinación. Cubrí mi cuerpo con parte de la cortina del salón y me asomé con lentitud. En ese momento notaba mi pulso alterado, el corazón me azotaba deseando huir de mi cuerpo.

No había rastro de ninguno de los dos. Habían desaparecido en pocos minutos, aunque a mí me había parecido una eternidad. Me quedé paralizada observando el lugar del crimen, examinando cada metro de la habitación. Aun no tenía el valor suficiente para salir de mi escondite entre las cortinas. Mi cuerpo no había dejado de temblar y mi corazón seguía latiendo a una velocidad suicida.

Poco a poco fui recuperando mi aliento. Después de confirmar con mis propios ojos que en aquel lugar no había ser viviente ni cadáver alguno, empecé a dudar de la existencia de la agresión, pasando por mi cabeza la posibilidad de que hubiera sido producto de mi imaginación, aunque tampoco descartaba que hubiera sido víctima de una broma de mal gusto.

Cerré el portón de mi balcón y corrí las cortinas. Mis pensamientos se amontonaban en una calle sin salida. Mi cabeza estaba a punto de estallar. Otra vez no, por favor.

Empecé a sentir unos pinchazos agudos en la frente y el dolor no me permitía ni siquiera mover el cuello para mirar a mi alrededor. Decidí desplazarme muy lentamente hasta el sillón. Las punzadas eran cada vez más fuertes, impidiéndome avanzar. Apoyándome en la pared y deslizando mi espalda por ella logré sentarme en la alfombra.

Allí he permanecido durante un tiempo hasta que he logrado levantarme y alcanzar la mesa. Los medicamentos se apilaban y se mezclaban con los restos del almuerzo. He cogido dos comprimidos para combatir mi dolor y he logrado dormir durante el resto de la noche.

Hoy me encuentro mucho mejor. Me he levantado, he corrido la cortina, he abierto el portón y… ahí estaban, comiéndose a besos.


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