sábado, 3 de enero de 2009

Acosada

Acosada


Vanessa subía las escaleras de dos en dos. Presentía que estaba ahí, a poca distancia, pisándole los talones. Cuando llegó al último piso apenas podía respirar. Ni siquiera perdió tiempo para mirar atrás. Introdujo la llave en la cerradura, le dio dos vueltas y la puerta se abrió. Llegado ese momento ya no respiraba completamente, no se lo podía permitir. Entró con la velocidad de un rayo y cerro tras sí. Se apoyó en la mirilla y entonces ya respirando se atrevió a mirar. No había nadie.

Se sentó a los pies de su cama para quitarse los zapatos y se dejó caer. Estalló en sollozos. Gritaba, lloraba, se retorcía de angustia, volvía a gritar. Permaneció así durante un rato hasta que se calmó, agotada.

A la mañana siguiente se levantó más o menos tranquila. Se había mentalizado que no podía continuar así, que le plantaría cara de una vez por todas. ¿Quién era ese hombre?, ¿Qué quería de ella? Estas preguntas la estaban atosigando. Pero ella intuía que no estaba allí por casualidad.

Eligió un momento de la mañana concreto. Durante algunas horas había estado pensando cómo dirigirse a él. Lo haré de una forma respetuosa, con educación –se dijo. De ninguna manera tenía que demostrar el miedo que sentía. Tenía que ser un instante que no estuviese sola, aprovechando que algún vecino de la escalera saliese de su casa. Estaría pendiente del sonido de alguna puerta cerrándose para bajar ella corriendo. Es una tarea fácil –pensó. Mientras se convencía, iba recobrando la confianza en sí misma. Estaba mentalizada. Era la ocasión.

Se vistió con rapidez. Se puso unos pantalones anchos y una camiseta de algodón larga. Había optado por ese vestuario, muy discreto y poco agraciado. De alguna manera no quería llamar su atención. ¿Y si fuese un pervertido? ¿Y si lo único que quería de ella era su cuerpo? De ser así se presentaría con un aspecto poco femenino. Le intentaría convencer que se había equivocado de objeto.

Permaneció detrás de la puerta durante largo rato, escuchando un posible movimiento en la escalera. Solo quedaba esperar el momento justo. Llevaba puestas unas zapatillas deportivas muy cómodas, por si tenía que correr. También había preparado una mochila pequeña donde guardar sus llaves y algo de dinero por si tenía que coger un taxi, como medio de huida.

Una puerta, finalmente. Abrió y bajó las escaleras corriendo. Se apoyaba a la barandilla para darse empuje. Vio la figura de un vecino bajando. Ella lo alcanzó en pocos segundos. Había sido rapidísima. Había estado casi perfecta. Ya no estaría sola para cuando llegase al portal. Se le escapó una sonrisa de satisfacción. Una parte de su tarea estaba hecha.

- Buenos días –dijo a la espalda de su vecino con un tono cantarín.

El hombre se giró sorprendido. No la había oído bajar.

- Hola, que tal –contestó muy amablemente. Bonito día. Veo que no te acuerdas de mí. Yo era amigo de tu padre cuando hicimos el servicio militar. Un día estuve comiendo con mi difunta esposa en tu casa, de eso hace muchos años. Me he trasladado a esta escalera recientemente.

Vanessa se quedó petrificada, con la boca ligeramente abierta, sin pronunciar una palabra. Era él. Ese hombre que veía siempre en el portal que no separaba la vista de ella, que la sonreía e intentaba acercarse. El protagonista de sus miedos, de sus pesadillas. Era él.

- Lo siento, no lo recuerdo. Pero ahora que lo dice, me parece que algo me viene a la memoria. Discúlpeme, soy un poco despistada. Bienvenido.

Bajaron juntos hasta la calle. Después se despidieron. Vanessa le contó que iba de compras.

Intuyó un color rojo oscuro en su cara, notó el calor de sus mejillas y sintió vergüenza.

Mientras caminaba calle abajo, se planteó cambiar estilo de vida. Concluyó que estaba muy estresada. Al menos eso deseaba creer.



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