No le dejan otra opción. No hay otra salida, se va a jugar la vida en una partida de póker. Dos gorilas embutidos en un carísimo esmoquin custodian la puerta del salón. Sentado, delante de ella está el hombre que hasta la fecha la protegía de la banda de los Melero, la acompañaba a todos los encuentros con los jefes de zona, su perro fiel, compañero de nómina, cómplice y testigo de ejecuciones y ajustes de cuentas.
Elisenda mira a su adversario penetrándole con una mezcla de acusación y compasión, una mirada helada y ardiente al mismo tiempo. Teodoro le esquiva la mirada, coge su pañuelo de seda y seca unas gotas intrusas de sudor, a lo que Elisenda responde con una cínica sonrisa.
- ¿Tienes calor, Teo? –enciende un cigarrillo y le echa el humo a la cara. Fíjate las vueltas que da la vida, tantos años protegiéndome, velando por mi vida y ahora, en pocos minutos vas a ser mi verdugo.
Teodoro vuelve a secarse la frente, se levanta nervioso y abre la puerta.
- Nino, pregunta al jefe cuando podemos empezar con esta puta partida –le dice a uno de los gorilas y vuelve al interior con expresión angustiada.
Elisenda permanece sentada con su mirada fija en Teodoro observando sus pasos, intuyendo su estado anímico, leyendo sus pensamientos. Aparentemente está tranquila, por nada del mundo permitiría que se escapase de ella una señal de temor. Confía en la palabra de Carmelo, su jefe. Ella le ha fallado y él pone las reglas, ese fue el acuerdo que firmaron con sangre hace tantos años. Si Elisenda logra ganar esta partida, él la dejará ir, con la única condición de no permanecer en su zona de trabajo. Esto implicaría un viaje de largo recorrido, solo de ida.
Nino aparece por la puerta dando la señal de inicio. Su apariencia es la de un guardaespaldas cualquiera, pero no es así. Elisenda le introdujo en su mundo, le enseñó a manejar las armas, a desconfiar de todo ser viviente, a defenderse de la traición, de la apariencia en su pequeño gran mundo de gánsteres y hasta de su propia sombra. Nino está desolado, hace escasas horas compartía mesa en un renombrado restaurante con su consejera y amiga y ahora va a ser testigo de su posible ejecución. Ella también le enseñó que la voluntad del jefe es la que cuenta por encima de todo valor y principio, y eso debía hacer.
La mesa de juego es grande y redonda, sobre ella están las barajas nuevas a estrenar. A ella le dan el privilegio de escoger, alarga su mano y coge una al azar, se la entrega a Teodoro y los dos se observan con miradas recelosas, desconfiadas. Comienza la partida y el silencio reina en toda aquella atmosfera, oyéndose únicamente el movimiento de las cartas sobre la mesa. Elisenda corta la baraja, da su visto bueno. La suerte está echada.
Después de contemplar detenidamente su juego, Teo mira a Elisenda fríamente, sabe que las cámaras de seguridad están grabando hasta sus pensamientos. Si Carmelo detecta cualquier gesto o síntoma de debilidad para ayudar a Elisenda, él personalmente le cortará los testículos y se los introducirá en la boca para que los mastique y trague antes de morir desangrado. Se lo dijo al oído, muy despacio, y sellado con un frio beso en su mejilla.
Teodoro tiene un trío de reyes, pide dos cartas y las deja apoyadas sobre la mesa sin descubrirlas. Elisenda no tiene nada, apenas una pareja de ochos, no puede marcarse un farol, no puede subir la apuesta. Su vida está en esta partida inacabada pero empieza a sentirse agonizar. Su orgullo no le permite ni un gesto de angustia, su cabeza permanece bien alta, con sus músculos faciales tensos y su mirada fija en Teodoro. Ella pide tres cartas y las descubre lentamente mientras las va colocando en la mesa. Ha logrado el trío. Teodoro recoge sus dos cartas y observándolas nota como su pulso se va acelerando hasta golpearle descaradamente. Fool de reyes y ases. El mundo se le cae encima, sus ojos se convierten en una piscina cristalina donde se puede ver la profundidad de sus aguas. Unas cuantas lágrimas se escapan refrescando esa piel ardiente y evaporándose antes de llegar a sus labios.
- Vamos, hombretón. Esta es mi última partida y la he perdido. No es culpa tuya –Elisenda enciende otro cigarrillo, se levanta y se dirige a Teo.
Se encienden los focos de los laterales del salón y se oye un murmullo.
- ¡¡Corten, corten!! He dicho mil veces que no te levantes antes de que abran la puerta, joder –grita el director de la serie “Armada para matar”.
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